Holi. Ya sabéis que quienes tenéis como clientes empresas del sector de la construcción estáis obligados a daros de alta en Vida Caixa, porque un artículo de ese convenio lo dicta (un convenio firmado por patronal y sindicatos ajenos totalmente a nosotros salvo porque tenemos / teníamos que llevarles la parte laboral o fiscal o contable que ahora nos han ampliado hasta no dar más de sí).
¿Quiénes ganan con estas brillantes ideas que tendrían que quedar entre la empresa y los trabajadores o en algún apartado perdido dentro de los propios seguros sociales? Pues ganan, por un lado, los trabajadores. Y por otro, Caixabank, un negocio redondo de miles o decenas de miles de “minipensionistas” nuevos que no sé dónde se habrá cocinado, pero me lo puedo imaginar porque la experiencia me ha enseñado a pensar mal y acertar en un porcentaje cercano al cien.
El caso es que como mi equipo no tiene cámara, he tenido que usar un Smartphone personal y dar de alta a mi persona (llamémosle YO para no complicarnos). Y para darme de alta he tenido que darles unos datos que no me apetece darles, he tenido que mandarles una foto de mi DNI (NO ME GUSTA enviar mis documentos a sitios privados de los que no me fío —ojo, estamos hablando de la banca, traguemos saliva y castañeteemos los piños—). Y posteriormente enviarles una foto.
Como no me gustan estas cosas y todavía conservo el espíritu rebelde, pueril y estulto, me fui a comprar un bigote a los chinos (lo que estoy contando es verídico). El simpatiquísimo chino, sin saludar ni mirarme a los ojos me dio una tabla de cartón con hasta unos diez bigotes distintos. He dicho que me dio una tabla, pero en realidad me la vendió por un euro veinte. Le di las gracias y no me contestó. Luego no sé si se quedó dormido o me miraba con atención, pero yo me tenía que ir a darme de alta en Vida Caixa y decidí no deducir ni descartar.
Cuando me hice la foto con mis gafas de sol redondas y negras y el bigote de mosquetero, que fue el que elegí, la aplicación me dio la enhorabuena y respiré pensando que les había metido un gol a estos que empiezan por cab y terminan por rones. Pero al cabo de un rato noté de nuevo su inserción, que ya me llegaba a la garganta. Me enviaron un correo que rezaba: “El proceso de verificación de la videollamada no ha podido validar correctamente tu identidad”
Han vuelto a ganar ellos, cómo no, siempre lo hacen. Me tuve que tragar mi orgullo malentendido y hacerme la foto. Si ya de por sí soy serio, en ese momento estaba serio, rojo y con las venas del cuello hinchadas, pero la violación de la banca nunca tiene fin:
—Sonría, por favor.
Que no, que no os sonrío. Ellos sabían que acabaría sonriendo, sólo tenían que empujar el palo un poco más. El primer paso era hacerme volver a empezar.
Llegado el punto de nuevo:
—Sonría, por favor.
Abrí un poco las comisuras, lo que daban de sí.
—Sonría, por favor.
Se ve que efectivamente daban más de sí.
Bueno, total, al final sonreí. Y eso de sonreír, cuando no sale natural, duele más allá de todas las palabras.
¿Quiénes ganan con estas brillantes ideas que tendrían que quedar entre la empresa y los trabajadores o en algún apartado perdido dentro de los propios seguros sociales? Pues ganan, por un lado, los trabajadores. Y por otro, Caixabank, un negocio redondo de miles o decenas de miles de “minipensionistas” nuevos que no sé dónde se habrá cocinado, pero me lo puedo imaginar porque la experiencia me ha enseñado a pensar mal y acertar en un porcentaje cercano al cien.
El caso es que como mi equipo no tiene cámara, he tenido que usar un Smartphone personal y dar de alta a mi persona (llamémosle YO para no complicarnos). Y para darme de alta he tenido que darles unos datos que no me apetece darles, he tenido que mandarles una foto de mi DNI (NO ME GUSTA enviar mis documentos a sitios privados de los que no me fío —ojo, estamos hablando de la banca, traguemos saliva y castañeteemos los piños—). Y posteriormente enviarles una foto.
Como no me gustan estas cosas y todavía conservo el espíritu rebelde, pueril y estulto, me fui a comprar un bigote a los chinos (lo que estoy contando es verídico). El simpatiquísimo chino, sin saludar ni mirarme a los ojos me dio una tabla de cartón con hasta unos diez bigotes distintos. He dicho que me dio una tabla, pero en realidad me la vendió por un euro veinte. Le di las gracias y no me contestó. Luego no sé si se quedó dormido o me miraba con atención, pero yo me tenía que ir a darme de alta en Vida Caixa y decidí no deducir ni descartar.
Cuando me hice la foto con mis gafas de sol redondas y negras y el bigote de mosquetero, que fue el que elegí, la aplicación me dio la enhorabuena y respiré pensando que les había metido un gol a estos que empiezan por cab y terminan por rones. Pero al cabo de un rato noté de nuevo su inserción, que ya me llegaba a la garganta. Me enviaron un correo que rezaba: “El proceso de verificación de la videollamada no ha podido validar correctamente tu identidad”
Han vuelto a ganar ellos, cómo no, siempre lo hacen. Me tuve que tragar mi orgullo malentendido y hacerme la foto. Si ya de por sí soy serio, en ese momento estaba serio, rojo y con las venas del cuello hinchadas, pero la violación de la banca nunca tiene fin:
—Sonría, por favor.
Que no, que no os sonrío. Ellos sabían que acabaría sonriendo, sólo tenían que empujar el palo un poco más. El primer paso era hacerme volver a empezar.
Llegado el punto de nuevo:
—Sonría, por favor.
Abrí un poco las comisuras, lo que daban de sí.
—Sonría, por favor.
Se ve que efectivamente daban más de sí.
Bueno, total, al final sonreí. Y eso de sonreír, cuando no sale natural, duele más allá de todas las palabras.